En la primera semana se nos invitaba a ir al DESIERTO. Este lugar solitario e inhóspito donde no hay ruidos, pero si hay lucha, se pasa sed; éste tiene que ser el lugar preferido del monje. Es en esa soledad donde se puede orar y se puede llegar a interiorizar los sentimientos. Hoy se busca a cualquier precio y de cualquier forma llegar a la unificación, a la paz, a la quietud; pero buscamos en el lugar menos indicado. La búsqueda de lo auténtico te impulsa al desierto y te hunde ahí para que tomes fuerzas de nuevo: ahí es donde, como en un crisol, se forma el hombre interior. No es posible conocerse uno así mismo sin un cierto retorno al desierto.
El desierto es ese lugar de paso. El Espíritu nos empuja en este tiempo, pero nos devuelve transfigurados, así les pasó a los monjes primitivos como Antonio.
Este lugar es donde te puedes conocer a ti mismo, descubrir tu identidad.
Esta semana que viene será el MONTE. Este lugar tan significativo para la Escritura, donde se ora. Subamos a la montaña y encontrémonos con Jesús cara a cara, transfigurado y nuestra vida será también transfigurada.
En nuestro monte oramos y en esta oración descubrimos quién es realmente Jesús para nosotros.
Nuestro Padre San Bernardo nos dice para este tiempo de preparación para la Pascua, la misión de un pastor es vigilar a sus ovejas en varios aspectos; y entre ellos está la oración. Vigilar en la oración por sus continuas tentaciones, para que no se encoja de miedo.
Te invito a pasar del DESIERTO en el que descubres quién eres tú, al MONTE donde descubres en la oración quién es Jesús.
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