Debemos observar los movimientos de nuestro propio corazón. Unos nos son
más fáciles de detectar y otros nos cuestan más percibirlos. Cuando somos
conscientes de esos movimientos que nos cuestan percibir solemos tener la
actitud de huir, de evadirnos y buscar cosas exteriores que no nos dejen
escuchar, sentir esos movimientos. Entonces el corazón se nos endurece. Esa dureza
de corazón que se resiste a transformarse. Dios no quiere un corazón cerrado,
le quiere libre, universal. Dios quiere la conversión de los hombres, porque
esta conversión es tener un corazón libre, universal. Pero a veces nos
resistimos a aceptar que nuestro corazón se abra, se ablande, sea libre.
¿Tenemos el corazón endurecido?
En este tiempo de cuaresma se nos invita a ser sinceros con nosotros mismos
y ver ¿cómo está mi corazón? ¿huyo del corazón, me decido a divagar en el
exterior? O ¿le escucho y reboso de dicha y bienestar?
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