Estos días estoy leyendo un libro de Francesc Torralba, “Y a pesar de todo,
creer”. Su claridad en la exposición hace que se pueda leer de paseo, en intervalos.
Me ayuda a reflexionar sobre mi propia fe. Hoy con la liturgia de la palabra me
ha venido a la mente fragmentos de este libro del que os digo.
Dice San Pablo: “Cuando era niño hablaba como niño, ahora que soy mayor…”
Esta frase de Pablo y las palabras de F. Torralba me llevan a preguntarme por
qué creo, a quién creo, qué imagen tengo de Dios. Es examinar mi propia vida,
el modo de obrar y actuar, de hablar a la luz de la Palabra.
Es obvio que por razones culturales y educativas tengo forjada una imagen
de Dios. A lo largo de los años esta representación mental varía y se
transforma, de tal modo que va a adquirir dimensiones y expresiones nuevas. Es
inevitable, yo y todos cambiamos queramos o no. La imagen infantil que de niña
elaboré con mi mente poco tiene que ver con la imagen que tengo ahora de adulta.
La clave está en ir deshaciéndome de esas imágenes periódicas, de esas imágenes
mentales, para poder auscultar al Dios que está más allá de toda representación
mental.
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