Toda la espiritualidad cisterciense y medieval está elaborada desde la lectio divina como interpretación de la Escritura según la doctrina del sentido espiritual y sus aspectos. La lectio divina es al mismo tiempo inteligencia de la fe e itinerario espiritual. El proceso de la lectura va acorde con el proceso de maduración espiritual del lector. A medida que el alma se va configurando con la Escritura y va ordenando en sí el amor, se va asemejando más a Cristo, al Verbo o Palabra divina, de la cual es imagen. Cada lector alcanza una inteligencia de la Palabra proporcionada al nivel que en su madurez espiritual haya alcanzado.
San Bernardo y otros autores contraponen el libro material de la Biblia al “libro de la experiencia”. El primero es leído con los ojos carnales del cuerpo, el segundo con el corazón transformado por la gracia. Lectio divina y crecimiento espiritual crecen y progresan juntos, e igualmente culminan juntos como una pareja inseparable: así como la lectura “carnal” se realiza desde una conciencia carnal, ligada a lo sensible, la contemplación se opera en una conciencia enteramente espiritual y divinizada. No hay progreso en la lectio sin transformación o maduración espiritual del lector. Ambas cosas van unidas.
Leer, meditar y orar son los
componentes básicos de la lectio divina. La lectura no es un simple
leer.
Meditar la Escritura era repetir
incesantemente los textos sagrados a media voz, especialmente los Salmos, con
el fin de aprenderlos de memoria, por un lado para la liturgia, y por otro con
vistas a la búsqueda de la oración continua, la lucha contra los pensamientos y
la distracción. Esta repetición continua de los textos debía hacerse, no de
modo mecánico, sino al modo como los animales rumian su alimento: como
una manducación lenta y pausada de la Palabra, para una correcta digestión o
interiorización de la misma.
La meditación no es un ejercicio
independiente de la lectura, nace de ella. Puede realizarse durante el tiempo
mismo de la lectio o en otros momentos, como su prolongación, recomienda
Guillermo. Lectura, meditación y oración forman un todo dinámico, no está
sujeto a reglas. Con todo, hay una cierta jerarquización, como un antiguo autor
cisterciense: “Buena es la lectura, mejor la meditación; pero la oración es óptima”
En suma, vemos cómo en Císter, la lectio divina no es una simple práctica de meditar u orar a partir de la Biblia, sino un camino de fe a partir de la interiorización del misterio de la Escritura, que abarca toda la vida espiritual, desde el hombre animal al hombre divinizado. De ahí que la Escritura esté en el corazón de la Espiritualidad cisterciense, y del monacato cristiano en general
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