Las bienaventuranzas son un códice para los monjes. Aún más, qué es lo que pide y exige el sermón del Monte? la Santa SIMPLICIDAD. Una gran simplificación. Este es el gran valor del Monje Cisterciense.
Lo que nos
rodea y vivimos nos parece fugaz, inconsistente, perecedero. La temporalidad no
es satisfactoria; experimentamos la inutilidad de la proliferación. Sufrimiento
en todas partes. Todo es vanidad. La pluralidad es un hecho. El mundo es
complicado. Y así nos encontramos preocupados y perplejos porque nos sentimos
incapaces de dominar las muchas cosas que nos interesan e incluso nos
desconciertan.
El
monaquismo es una reacción radical contra tal estado de cosas. El monje, hijo
de este mundo dividido y disperso, ha sentido la llamada de Dios al monasterio,
el lugar de la unificación, para llevar a cabo la gran aventura de su unidad en
el Señor y con todos los hermanos los hombres. Porque simplicidad es sinónimo
de unidad (Mt 6,22) e integridad en
el despojo de la superficialidad y de las actitudes caprichosas, capciosas y
esquivas; porque la mirada del sencillo atisba la autenticidad de la vida como
un encuentro con la verdad de uno mismo, de la relación con los demás, con las
cosas, y en definitiva, con Dios en Cristo.
La
simplicidad como la unidad tiene un centro: el corazón de la persona, que es templo,
misterio. Por eso la unidad, que es simplicidad, es una meta siempre alcanzable
y siempre lejana. Nos lanza hacia ella el aliento del Espíritu, que habita en
el corazón de la persona y del mundo. Por eso el simple ve a Dios y la esencia
de las cosas.
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