miércoles, 31 de mayo de 2017

Conocerá la presencia de Dios...

La tercera cosa será conocer la presencia de Dios en tu vida.

Hay un texto bíblico de Ezequiel 39,29 "No les ocultaré más mi rostro, porque derramaré mi Espíritu sobre la casa de Israel, oráculo del Señor Yahvé".

Este texto significa mucho para mí, especialmente en esos momentos donde Dios me parece distante y la oración super vacía. El Espíritu Santo hace que la presencia de Jesús sea una realidad en nuestra vida y como resultado sentimos su cercanía. Le puedo decir por experiencia que el Espíritu Santo quiere estar muy cerca de ti. Sólo susurre "Jesús" y Él va a estar ahí.

Su vida de oración va a cambiar radicalmente cuando sienta su cercanía. Cuando necesito experimentar la cercanía de Jesús, me voy a mi cuarto o al oratorio que tenemos y decía: "Espíritu Santo, ayúdame a orar".

, cómo respondía. En lugar de esforzarme con oración de diez minutos repetitivas, vacías y muertas, entraba en comunión con el Espíritu Santo por tiempo.

Ahora te invito, a que limpies tu agenda para pasar tiempo a solas con el Señor cada mañana. Ponte música de adoración y empieza leyendo la Palabra de Dios y hablar con Dios con tanta naturalidad como lo haces con otra persona. Y empieza a sentir algo que sólo puede describirse como "calor" de la presencia de Dios en tú corazón.

Di en oración: "ESPÍRITU SANTO, AYÚDAME. NO PUEDO ORAR, PERO TÚ PUEDES. AYÚDAME" Y Él siempre responde.

COMIENZA HOY. HAGA UN ESFUERZA INTENCIONAL PARA PASAR TIEMPO EN LA PRESENCIA DE DIOS.

Hará que camine con Dios...

La segunda cosa que ocurre cuando el Espíritu transforma tu vida es que hará que camine con Dios.

Es imposible caminar con el Señor sin su Espíritu Santo ayudándolo y capacitándolo. El Señor dijo a través del profeta Ezequiel:

"Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas". (Ez 36,27)

Si miramos las normas podemos pensar: "¡No hay forma en que pueda guardar estas leyes!" Y tienes razón. Con nuestro poder es un fracaso asegurado. Pero, con el Espíritu Santo tú harás Su Voluntad. Cuando somos llenos del Espíritu Santo, somos llenos con Jesucristo. Ya no pensamos más de Cristo como Alguien que nos ayuda a llevar a cabo alguna clase de tarea sino que, por el contrario, Jesucristo hace la obra a través de nosotros.

martes, 30 de mayo de 2017

Transformará su desierto en un lugar fructífero...

Os vamos a compartir las siete cosas que ocurren cuando el Espíritu Santo transforma tu vida. Hoy os presentamos la primera, así a lo largo de siete días tendréis las cosas que ocurren cuando el poder transformador del Espíritu santo entra en vuestra vida.

Isaías nos dice. "Al final será derramado desde arriba sobre nosotros espíritu. Se hará el desierto en un campo fértil, y el campo fértil será considerado bosque" (Is 32,15). La idea de vivir en un desierto no es nada de placentera. Es soledad; un lugar de serpientes, escorpiones y muerte. Pero el espíritu del Señor puede cambiar el paisaje en un jardín, un lugar de belleza y abundancia.

Es el Espíritu Santo que enriquece nuestro suelo y envía la lluvia en preparación para una fiesta de acción de gracias. Él es el único que hace posible la cosecha.

No es fruto del hombre, sino de Dios. Por eso la escritura lo llama "el fruto del Espíritu". Cuando presentamos nuestros vasos, Él los llena hasta rebosar.
Quizás puedas decirte: "Pero no vivo en un desierto, mi huerto ya está plantado". Eso no es problema para Dios. Él dice que su huerto llegará a ser tan bendecido que el campo fértil será considerado bosque.

sábado, 27 de mayo de 2017

La promesa de que Jesús «está con nosotros»...


Este vosotros no se dirige a la humanidad en general, sino que es un vosotros muy específico, expresado en Mt 28,19 «Id pues y haced discípulos a todas los gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo del Espíritu Santo».

Jesús está contigo como Iglesia que continúa su obra, que se mueve, que camina, que comunica su experiencia de discipulado. Jesús está con nosotros cada vez que nos dejamos mover por el evangelio, cada vez que nuestra vida es evangelio irradiado; Jesús está con nosotros cada vez que nos aceptamos a nosotros mismos.

¡¡¡DIOS ESTÁ CONTIGO!!!

sábado, 20 de mayo de 2017

Invitación...

¿Alguna vez te has sentido solo, abandonado? Pues hoy tienes una buena noticia, una gran alegría. Jesús, te dice "no te dejaré solo, huérfano". ¿Cómo es eso si no te vemos, Jesús? Hay un secreto: ¡¡¡EL ESPÍRITU SANTO!!!

Hace poco me preguntaron ¿quién es el Espíritu Santo, para ti? Mi respuesta fue UNA PERSONA CON LA QUE ENTRO EN RELACIÓN. Si tú lo quieres experimentar, solo tienes que aceptarle, como cuando invitas a un amigo a cenar, a comer, o dar un paseo...; invita al Espíritu Santo a tu vida. Se dará esa relación. Puede que sea cuando estás leyendo esta venta por internet. Quizás cuando estés orando. O cuando vayas de camino a tu trabajo. El Espíritu Santo va a responder a tu invitación. El va a llegar a ser tu amigo más íntimo, tú guía, el compañero de toda tu vida.

¡¡¡TE INVITO A QUE ACEPTES AL ESPÍRITU SANTO EN TU VIDA, ES UNA PERSONA!!!


jueves, 18 de mayo de 2017

Amar, permanecer y gozar...

En la liturgia de hoy se descubren tres verbos: amar, permanecer y gozar.

Amar es el mandamiento de Jesús. Él mismo nos dio ejemplo: hasta dar la vida. Sabemos que si le seguimos vamos seguros.

El amar y el permanecer son verbos preferidos de Juan. Permanecer se trata de "estar-en" hasta el punto de llegar a ser uno con quien se permanece.

Jesús fue alegre y vital. Es la alegría, el gozo lo que se convierte en objetivo de su mensaje.

En este día podemos reflexionar ¿Amo a Dios y a los hermanos; permanezco en Dios; vivo en el gozo y la alegría?


lunes, 8 de mayo de 2017

VIII Encuentro monástico, IMPRESIONANTE...


El sábado vivimos el  VIII encuentro monástico. Cada encuentro es una experiencia única e inolvidable. El Espíritu Santo siempre nos sorprende con algo maravilloso.

Os presentamos parte de las reflexiones que los participantes compartieron en el diálogo de la tarde, después de la exposición al Santísimo, a partir del relato de un paseo de Buda con su discípulo. En este relato un maestro sugiere a su discípulo que recoja el agua clara del río, pero siempre que va está turbia. Nos preguntábamos, ¿qué hacer cuando nuestra mente esté turbia y queremos que sea cristalina?

Desde las vivencias personales surgieron diferentes opiniones e ideas que podemos llevar a la práctica cuando nos encontremos con las  “aguas turbias”:

- Pasar un tiempo largo ante el Santísimo, orando. Ahí es el único lugar donde una persona encuentra claridad de mente, de emociones, de esos sentimientos negativos que a veces invaden el corazón.
-  Dejar que el tiempo pase; alejarse de la situación conflictiva; tener paciencia; calmarse y esperar la ayudó en un momento difícil de su vida para que las aguas se hiciesen cristalinas y saliese la verdad.

-  Dialogar, aclarando el problema que pueda darse.

- Empezar con pensamientos positivos el día.


Hubo una reflexión impresionante. A veces nos puede dar miedo que tengamos el corazón como el agua cristalina del río, donde puedes verte reflejado y ver lo que hay dentro. Esta situación da miedo, porque no sabemos lo que nos podemos encontrar. Igual vemos dentro de nosotros algo que no nos gusta, o si nos vemos el rostro puede que tampoco nos agrade. Pero, descubrimos que también nos podemos encontrar cosas maravillosas, pues a fin de cuentas, somos creados a imagen y semejanza de Dios. Es importante ver lo positivo que tenemos en nuestro interior, para eso es necesario que las aguas estén cristalinas y no turbias.

¡¡¡GRACIAS, GRACIAS POR COMPARTIR CON ESTA COMUNIDAD MONÁSTICA, ORAMOS POR VOSOTROS, NO LO OLVIDÉIS QUE ORAMOS POR VOSOTROS!!!
















lunes, 1 de mayo de 2017

El Papa...

El Pontífice se encontró con el clero y los religiosos de Egipto, poco antes de partir de nuevo a Roma

Siete son las tentaciones de toda persona consagrada: las enumeró el Papa Francisco en un breve pero emotivo encuentro con los religiosos y sacerdotes católicos de Egipto, poco antes de partir de vuelta a Roma. Son estas:

1. La tentación de dejarse arrastrar y no guiar. El Buen Pastor tiene el deber de guiar a su grey (cf. Jn 10,3-4), de conducirla hacia verdes prados y a las fuentes de agua (cf. Sal 23). No puede dejarse arrastrar por la desilusión y el pesimismo: «Pero, ¿qué puedo hacer yo?».
Está siempre lleno de iniciativas y creatividad, como una fuente que sigue brotando incluso cuando está seca. Sabe dar siempre una caricia de consuelo, aun cuando su corazón está roto. Saber ser padre cuando los hijos lo tratan con gratitud, pero sobre todo cuando no son agradecidos (cf. Lc 15,11-32). Nuestra fidelidad al Señor no puede depender nunca de la gratitud humana: «Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt 6,4.6.18).

2. La tentación de quejarse continuamente. Es fácil culpar siempre a los demás: por las carencias de los superiores, las condiciones eclesiásticas o sociales, por las pocas posibilidades. Sin embargo, el consagrado es aquel que con la unción del Espíritu transforma cada obstáculo en una oportunidad, y no cada dificultad en una excusa.
Quien anda siempre quejándose en realidad no quiere trabajar. Por eso el Señor, dirigiéndose a los pastores, dice: «fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes» (Hb 12,12; cf. Is 35,3).

3. La tentación de la murmuración y de la envidia. Y esta es mala, ¿eh? El peligro es grave cuando el consagrado, en lugar de ayudar a los pequeños a crecer y de regocijarse con el éxito de sus hermanos y hermanas, se deja dominar por la envidia y se convierte en uno que hiere a los demás con la murmuración. Cuando, en lugar de esforzarse en crecer, se pone a destruir a los que están creciendo, y cuando en lugar de seguir los buenos ejemplos, los juzga y les quita su valor.
La envidia es un cáncer que destruye en poco tiempo cualquier organismo: «Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir» (Mc 3,24-25). De hecho, no lo olviden, «por envidia del diablo entró la muerte en el mundo» (Sb 2,24). Y la murmuración es su instrumento y su arma.

4. La tentación de compararse con los demás. La riqueza se encuentra en la diversidad y en la unicidad de cada uno de nosotros. Compararnos con los que están mejor nos lleva con frecuencia a caer en el resentimiento, compararnos con los que están peor, nos lleva, a menudo, a caer en la soberbia y en la pereza.
Quien tiende siempre a compararse con los demás termina paralizado. Aprendamos de los santos Pedro y Pablo a vivir la diversidad de caracteres, carismas y opiniones en la escucha y docilidad al Espíritu Santo.

5. La tentación del «faraonismo», – ¡estamos en Egipto!, bromeó –  es decir, de endurecer el corazón y cerrarlo al Señor y a los demás. Es la tentación de sentirse por encima de los demás y de someterlos por vanagloria, de tener la presunción de dejarse servir en lugar de servir. Es una tentación común que aparece desde el comienzo entre los discípulos, los cuales —dice el Evangelio— «por el camino habían discutido quién era el más importante» (Mc 9,34).
El antídoto a este veneno es: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9,35).

6. La tentación del individualismo. Como dice el conocido dicho egipcio: «Yo, y después de mí, el diluvio». Es la tentación de los egoístas que por el camino pierden la meta y, en vez de pensar en los demás, piensan sólo en sí mismos, sin experimentar ningún tipo de vergüenza, más bien al contrario, se justifican. La Iglesia es la comunidad de los fieles, el cuerpo de Cristo, donde la salvación de un miembro está vinculada a la santidad de todos (cf. 1Co 12,12-27; Lumen gentium, 7). El individualista es, en cambio, motivo de escándalo y de conflicto.

7. La tentación del caminar sin rumbo y sin meta. El consagrado pierde su identidad y acaba por no ser «ni carne ni pescado». Vive con el corazón dividido entre Dios y la mundanidad. Olvida su primer amor (cf. Ap 2,4). En realidad, el consagrado, si no tiene una clara y sólida identidad, camina sin rumbo y, en lugar de guiar a los demás, los dispersa. Vuestra identidad como hijos de la Iglesia es la de ser coptos —es decir, arraigados en vuestras nobles y antiguas raíces— y ser católicos —es decir, parte de la Iglesia una y universal—: como un árbol que cuanto más enraizado está en la tierra, más alto crece hacia el cielo.
Queridos consagrados, hacer frente a estas tentaciones no es fácil, pero es posible si estamos injertados en Jesús: «Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí» (Jn 15,4). Cuanto más enraizados estemos en Cristo, más vivos y fecundos seremos. Así el consagrado conservará la maravilla, la pasión del primer encuentro, la atracción y la gratitud en su vida con Dios y en su misión.

¿Qué son los encuentros monásticos?...

¿Qué son los encuentros monásticos?...