Al principio de este mes os compartía sobre la soledad. Nos quedamos con la pregunto que hacía la M. Marie a Rosalia: ¿has experimentado que la soledad haya sido beneficiosa para ti?
Nos responde, Rosalía: - Al principio no. Me abrumaba el pensamiento de perder a mi familia o a mis amigos, e incluso la imposibilidad de hacer nuevos amigos por el hecho de estar en un monasterio de clausura. Más adelante fui reconociendo que sin soledad, la soledad de mi celda, no podía progresar. Los conflictos que iban apareciendo necesitaban de mí una nueva perspectiva: la del silencio. Yo sola en mi celda, sentada en el banquito de madera y preguntándome en honesta intimidad por los verdaderos motivos de tal o cual malestar.
Poco a poco fui descubriendo las causas, las necesidades encubiertas que no estaba sabiendo gestionar, cuestioné mis miedos, los abracé y supe, al ofrecerles mi atención, que era todo lo que necesitaban para desaparecer.
Esta sabiduría de Rosalía es la degustación de la verdad de los padres del desierto que dicen: "Vete y siéntate en tu celda; y tu celda te lo enseñará todo".
Pero, la experiencia de Rosalía no termina ahí:
La soledad sirve para darte cuenta de que la soledad no existe.
Preguntamos a Rosalía: - ¿Qué significa esto?
- No sé explicarlo. A veces me siento unida a todo y al mismo tiempo estoy sola. Al contrario, he vivido muchas veces lo que significa estar acompañada e interiormente muy sola. Una vez me hablaron de un ermitaño de Montserrat. Él decía que no estaba solo por el hecho de vivir en una cueva en medio de la montaña. Sentía plenitud, y la plenitud es incompatible con el sentimiento de soledad.
- Entonces, hay un sentimiento de soledad que es negativo y hay una soledad física que no nos lleva a sentirnos aislados, sino en comunión- ¿Es eso?
- Sí, y lo curioso es que la soledad física no la queremos porque pensamos que nos conduce directamente al doloroso sentimiento de separación. Y creo que no es así.
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