miércoles, 15 de junio de 2016

Intimidad...



La fábula de la ostra y el pez

En algún lugar que ahora no recuerdo leí la historia de un pez algo ingenuo que un día se arriesga a sumergirse en las profundidades, descubre una ostra hermosísima y queda prendado irremisiblemente de ella. Se acerca con cierta brusquedad y por mucho que intenta entrar en su intimidad moviendo frenéticamente sus aletas, las valvas de la ostra se le cierran una y otra vez en las narices y el pobre pez se queda dolido y desconcertado: ¿Por qué le teme ese ser fascinante y extraño?, ¿cómo puede decirle lo que ardientemente la desea? Sólo desde su propio desconcierto y después de muchos intentos infructuosos, decide acudir a pedir ayuda y se dirige a la cofradía de los peces expertos en abrir ostras y, ante ellos, tímidamente, les presenta su gran deseos y su frustrada impotencia. Se va abriendo a ellos y descubriendo que tiene que aprender a suscitar en las ostras el deseo de comunicarse con él. Comprende que lo que sucede es que como no conoce su lenguaje, sus costumbres, sus miedos, sus gustos... no puede comunicarse con la ostra y lograr su intimidad. Y así, poco a poco, se va iniciando en una sabiduría nueva: a partir de sus propios temores y de sus propios deseos se va haciendo experto en intimidad con las ostras y al fin su aprendizaje vuelve de nuevo al lugar de su anhelo y, después de intentos cuidadosos y repetidos, logra al fin que la ostra se confíe, le abra sus valvas y le invite a entrar en sus interioridades. Por fin puede conocer íntimamente a la ostra, compartir sus riquezas con ella y, de paso, capacitarse para abrir otras muchas ostras maravillosas del fondo del mar. Ha aprendido la gramática de la intimidad.


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