Os dejamos una pequeñísima reflexión de la soledad:
Jesús no invita a una soledad deshumanizante. Llama únicamente a la soledad-comunión, que es presencia; que supone la confianza absoluta y una toma de conciencia de la presencia de Dios en la persona humana (Jn 8,16-29; 16,32); de la presencia de la persona en sí misma y en los demás, a modo de acompañamiento; pero no tanto a través de los avatares diarios, cuanto en la peregrinación interior del hombre. Jesús asumió esta soledad, que es además prueba (Mt 14,1-11), oración y silencio (1,35,45). Jesús ha sido el creador de la soledad cristiana, porque ha sido el fundador de la auténtica comunión. Él vivió su soledad para estar con todos; y nos la ofrece como medio eficaz de comunión. Para ser como él, hermano-universal.
Jesús vivió la soledad para estar con todos; y nos la ofrece como medio eficaz de comunión. Por eso hemos de recordar que la Iglesia es, al mismo tiempo, comunidad y soledad. Y el monasterio, que es una iglesia, tampoco podía ser de otra forma: es un lugar solitario; escuela de soledad-comunión con el Padre y de cercanía con nuestros hermanos los hombres a través de la cercanía con los hermanos miembros de la comunidad, para proyectar al unísono su ambiente de soledad, característico, vivo y equilibrado. Mediante la soledad se alcanza la fraternidad universal, pero no sin sentirse profundamente lacerado por los sufrimientos, divisiones y odios que entretejen la historia.
También hemos tenido la suerte de contar unos días con una profesora para profundizar en la escritura, lectura...
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