Es la no identificación con los roles que en la vida hemos ido asumiendo, es la no identificación con el pasado es la no identificación con un yo sólido.
Entonces, se podría preguntar, de forma acelerada ¿se prefiere un yo líquido?
- Pues sí, exactamente. Pero lo que se quiere decir es que si se tiene una idea exacta de quien eres, de lo que se espera de ti, de lo que tú esperas de los demás, las cosas se vuelven rígidas. Te quedas enganchada a una idea y no ves a realidad. No fluyes como fluyen los líquidos. Matilde de Magdeburgo tiene un término precioso: "El verdadero saludo de Dios proviene del fluido celestial".
Uno puede pensar que conocerse a uno mismo es importante, ¡esencial para vivir una vida nueva!
Eso es lo que enseñaron los filósofos griegos y también los mojes del medievo. San Bernardo apunta a un autoconocimiento integral basado en la máxima similis similem quaerit, lo semejante busca a lo semejante, o lo que es lo mismo, el alma busca a Dios. Lo que ocurre es que a estas alturas, en Occidente nos hemos racionalizado mucho y el yo psicológico, el que se deja conocer, no es nuestra esencia. La esencia no se deja atrapar. Digamos que no es sólida. Cuanto más conectados estemos con ese ser esencial, con esa imagen de Dios en nosotros, más libres seremos.
Pues visto así podemos pensar que casi todos somos bastante esclavos de nuestra imagen externa.
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