miércoles, 30 de marzo de 2016

Los discípulos de Emaús...




Nada más entrar en el monasterio tu mirada se detiene en este cuadro al final del pasillo. La pintura te atrae; cuanto más te acercas, más intuyes todo lo que encierra.

Delante del cuadro te sientes invitada a ser otra acompañante más y a seguir el camino con los discípulos. Tras esa pared está el coro junto al altar. El camino del pasillo conduce al lugar en que nos reunimos con el Señor alrededor de la mesa, el lugar al que Él siempre nos invita.

Vamos a acercarnos paso a paso al cuadro para poder recorrer el camino junto con los discípulos de Emaús.



Adentrándonos en el cuadro:


Quien entra en el monasterio ve este cuadro a lo lejos y divisa dos figuras vestidas de largo, como si llevaran hábitos de monje, en un paisaje similar al desierto.

Al acercarse reconoce enseguida una tercera figura transparente. Sólo puede percibir los trazos; viste parecido a los dos caminantes. A través de esta figura puede ver el paisaje que se extiende ante ellos y la línea del horizonte. Cuando se sitúa justo enfrente del cuadro ve que la tercera figura lleva el mismo hábito que las demás, pero no va en medio de los acompañantes, como solemos ver en muchos cuadros de Emaús, sino que camina a la derecha. Junto al discípulo de la izquierda vemos pinceladas que pueden simular una casa. A la derecha, rozando el horizonte, hay dos charcas de agua, incluso divisamos la lluvia a lo lejos.


No podemos adivinar si los dos caminantes saben de la presencia del tercero; puede ser que el discípulo de la izquierda se esté dirigiendo a su compañero. Pero también es posible que esté intentando acercarse al acompañante de la derecha. La mano del discípulo de la derecha puede ser la indicación del camino, aunque también podemos pensar que percibe la presencia del tercero y le pide que les acompañe. Si faltara esta mano, a este cuadro le faltaría el nexo de unión, es como si le faltara lo principal.


La figura desconocida que intuimos en los trazos está dirigiéndose a las dos figuras de los monjes. Incluso tiene también la cabeza ligeramente inclinada hacia la izquierda, como si quisiera participar vivamente de la conversación. La cabeza se le dibuja más allá del horizonte, como si quisiera reflejar que Éste ya puede mirar más allá del horizonte del desierto.


Los discípulos dan la impresión de estar caminando con paso enérgico; el tercero, sin embargo, irradia la calma.


Mensaje del cuadro:


Cuando nos situamos delante del cuadro surgen varias preguntas:

  • ¿Por qué caminan los dos discípulos tan cabizbajos?
  • ¿Por qué caminan por el desierto?
  • ¿Por qué está pintada la tercera figura transparente?
  • ¿Hacia dónde caminan?
  • ¿Adónde nos quiere llevar este cuadro?

    ¿Por qué caminan los dos discípulos tan cabizbajos?

    Los caminantes tienen tras de si una mala experiencia. La muerte de su Maestro en la cruz les duele en el corazón y en las entrañas: toda su esperanza ha sido “crucificada y enterrada”. Ahora sólo sienten miedo y huyen de Jerusalén. Vámonos fuera, eso parecen estar pensando mientras hablan acaloradamente sobre su experiencia. Podemos adivinar cuántas cosas tendrán para contar. Incluso en ese andar cabizbajo intuimos que algo les angustia: la tristeza y la resignación les han vendado los ojos, y no se dan cuenta de que es el Desaparecido el que les está acompañando y escuchando en la desesperación y el sufrimiento.

    ¿Por qué caminan por el desierto?

    El que pierde la esperanza, el que ha llegado hasta el límite de sus posibilidades, siente la vida como un desierto árido y sin caminos. El camino de esperanza y de proyectos que había recorrido se ha vuelto un paisaje anodino; los cabizbajos no pueden divisar el horizonte, y la casa en el lado izquierdo parece estar cayéndose en ruinas: el símbolo de su propia ruina.
    En este desierto los dos discípulos parecen estar dándose fuerza, animándose y acercándose mutuamente; se ayudan a dar el siguiente paso. Sin saberlo, están también acercándose a su Maestro.

    ¿Por qué se ha pintado la tercera figura transparente?

    Quien mira este cuadro tiende a identificar la tercera figura con Jesús, pero debería ser más cauto. La cautela es importante para no perder la dinámica del cuadro y el acercamiento de las dos figuras a su acompañante. Si no, está perdiendo la oportunidad de preguntarse a si mismo hasta qué punto camina en la vida con la certeza de que Jesús lo acompaña. ¿No suele dudar incluso de la compañía de Dios y de Jesús?

    Y sin embargo intuye en la tercera figura a Jesús; ya lo dijo Él: “Estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). El peligro de una identificación demasiado rápida se refiere sobre todo a que podemos no estar viendo el vínculo de nuestros compañeros de camino con Jesús. ¿No dijo Él también: “Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre es mi hermana, mi hermano, mi madre”? (Mc 3, 35). ¿No dijo además: “Lo que hagáis al más pequeño de mis hermanos, a mí me lo hacéis”? (Mt 25, 40).
    Las dos figuras de los monjes no han reconocido todavía a su compañero de camino; todavía no le han hecho un hueco en medio. El Evangelio nos dice que Él estará en medio después de que hayan recorrido juntos el camino, después de haber cambiado impresiones con Él, después de escuchar de Su boca la interpretación de la Escritura y de haber partido con Él el pan. El acompañante está siempre abierto a ellos: no cabe un único sentir ante Él, como tampoco se puede decir del Reino de Dios aquí está, o allí está. Sólo aquellos que comparten vida, pan y camino por recorrer tendrán la certeza de que Él ya está en medio de nosotros.
    Mientras permanezcamos dentro de nosotros mismos, mientras que sólo veamos nuestro sufrimiento y sintamos únicamente tristeza, no seremos capaces de vivir a Jesús en medio nuestro; más bien tendremos la sensación de que no podemos reconocerlo ni saberlo único.


    ¿Hacia dónde caminan?

    Podemos ver un horizonte, pero sin diferenciar un lugar concreto de llegada. La casa de la esquina no parece ser un lugar de acogida; parece más bien intuirse esquemáticamente. Probablemente el destino esté fuera del cuadro, y así se puede entender cuando vemos los bordes del lienzo pintados.
    Emaús no es un lugar que podamos situar geográficamente. Emaús es la experiencia del camino acompañado, de la cercanía de Dios, del partir el pan, como relata el Evangelio de Lucas. Emaús puede vivirse en cada reunión alrededor de la mesa, y especialmente en la mesa de la Eucaristía. Emaús está presente allí donde es posible el intercambio mutuo, donde se comparten la alegría y el dolor, donde hay una reflexión sobre las expectativas y esperanzas.
    Emaús es inaccesible para quien quiere adentrarse solitariamente en todo, para quien sólo confía en si mismo, pues su secreto radica en el camino acompañado y vivido.


    ¿Adónde nos quiere llevar este cuadro?

    El cuadro ha de ser percibido en una doble dimensión; por un lado quiere ser el signo que nos conduce a la iglesia del monasterio que está justo detrás de esta pintura. Los caminantes que se acercan a este cuadro se acercan también a la oración comunitaria y a la misa. Si el cuadro y la pared fueran transparentes, veríamos detrás la zona del altar de la iglesia. La pared es símbolo de las paredes que nos cierran el camino y que debemos atravesar con la fe.
    Al acercarnos, deberíamos dejar a la vez este cuadro de lado, pues los discípulos que han observado el cuadro y han participado en la Eucaristía ya pueden decir: ¿No nos ardía el corazón al explicarnos de camino las Escrituras y al partirnos el pan?
    Quien se pone de camino con sus compañeros entenderá bien quién ha ido a su lado, incluso a pesar de no haberlo visto objetivamente. Entonces querrá volver, como hicieron los discípulos, al lugar de donde partió; querrá contar qué ha vivido al observar el cuadro, al caminar acompañado y al rezar y participar de la misa. Querrá dar testimonio de que estuvo de camino con Jesús.
    Jerusalén, el destino del caminante, el punto de partida de sus temores y miedos, se torna ahora para el observador y caminante experimentado en el lugar de la nueva vida. Allí se da cuenta de que Jesús ha sido, también para los hermanos, el compañero en la nueva vida. La nueva Jerusalén, el Reino de Dios en medio de nosotros, será el lugar donde encontremos a hermanas y hermanos con los que convivir, con los que podamos sentir que ésta es la Ciudad de Dios en la que vivimos y a la que nos dirigimos. Dios será allí, como dice el Apocalipsis, el Todo en todo.
En un monasterio benedictino de Alemania, Kornelimünster.

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